Tina Turner: la mejor, sin sitio

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Tina Turner en Mad Max

Hace unos años, en el mundo prepandemia, tuve la enorme suerte de viajar desde Atlanta hasta Nueva Orleans en coche. Unas vacaciones únicas, si te gusta la música. Visité el Rock&Roll Hall of Fame, el Country Music Hall of Fame, Sun Records y un montón de museos. De camino a Nashville, vi una valla publicitaria junto a la carretera, que anunciaba el museo de Tina Turner, en Brownsville. Pasé de largo.

Cuento esta historia, no porque mole mucho -que también-, sino para dejar claro que no se puede decir que sea un gran admirador de Tina Turner. Pero eso no me impide reconocer sus enormes méritos. De hecho, cualquier persona que se haya subido a un escenario con The Who tiene todos mis respetos y envidias.

Cuando alguien apaga la reverb, lo fácil es presumir de lo superfán que has sido toda la vida. No es el caso.

En el fondo, tiene sentido que yo no sea capaz de hacer un sitio en mis preferencias a una mujer que nunca pareció capaz de encontrar el suyo, salvo quizá en los últimos años de su vida.

El primero de esos lugares en los que no había espacio para ella fue Brownsville, Tennessee, donde nació. El impacto de la vida allí la marcó tanto, que cuando le ofrecieron actuar en El color púrpura, tuvo que rechazarlo.

Cuando pudo, se marchó incluso de Estados Unidos, porque sentía que en Londres se valoraba más su trabajo. En una entrevista con Larry King en 1997, cuando este le dijo que en su país era una gran estrella, respondió: “¿Tanto como Madonna? En Londres, en Europa soy tan grande como ella. O más”. Ni siquiera la fastuosidad de Las Vegas consiguió retenerla demasiado tiempo.

Por supuesto, tampoco encontró su sitio junto a Ike Turner. O, por lo menos, no el definitivo. La vida a su lado fue un infierno, aunque cuando lo conoció, se sintió deslumbrada por él como artista. Todavía estaba en el colegio [le quedaban dos años para terminar], pero eso no le impidió escaparse con su hermana hasta el garito de turno a verlo actuar.

Después vino la violencia. Tanta, que Disney pensó que si se incluía toda la historia en la película sobre ella [mucho antes de que los biopics se convirtieran en el género de moda], la gente no se la creería.

Por sus orígenes, Tina debería haber cantado gospel en la iglesia y haber hecho canciones melosas, como Whitney Houston. Pero ahí tampoco estaba su rincón. Le gustaba el rock&roll, se sentía una rockera y era la música que le interesaba. Le gustaban más los Rolling Stones, Rod Stewart o los propios The Who, que Cole Porter o los espirituales.

Pero tampoco había lugar para ella en la religión de su entorno. Solo encontró algo parecido en el budismo. Pero sus cánticos budistas no se pueden llevar a un disco ni a un escenario, claro.

Por no encontrar su sitio, no lo hizo ni en su propia música. Su mayor éxito, What’s Love Got To Do with It, no era una canción que le gustase. Aunque reconocía que con el tiempo aprendió a convivir con ella.

Y para hacer su favorita, Simply The Best, tuvo que pelearse con todo su entorno, porque nadie creía que fuese buena. Pero ella le veía el potencial, pensó que la utilizarían en muchos deportes y que sería un enorme éxito. No se equivocó.

Además, Simply The Best sería un perfecto epitafio, porque sin duda era la mejor en lo suyo.

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